lunes, 13 de junio de 2016

ESTADO CONFESIONAL




¿Por qué se me permite ir a misa los domingos? ¿Es porque Dios ha ordenado que le rinda culto, y al tener yo una naturaleza social debo hacerlo en unión con mis hermanos, dentro de los límites de la Iglesia fundada por Cristo para ello, y en el día en el que resucitó de entre los muertos? ¿O es porque quiero hacerlo?
 
La primera respuesta la daban los estados que profesaban oficialmente la religión católica. Un estado confesionalmente católico –como se les denomina históricamente- reconocía como una verdad que los católicos tienen el deber impuesto por Dios de asistir a misa los domingos. Como consecuencia de ese deber, la Iglesia tiene el derecho de ejercerlo, y ese derecho se traducía en la práctica en la libertad de acción de los católicos.
 
Es decir, la línea discurría desde la verdad al deber, al derecho y a la libertad. La libertad en el estado confesional significaba una libertad de la verdad. Esta libertad, extendida a los demás sacramentos, a la predicación de la Iglesia y a su enseñanza, y los bienes temporales de la Iglesia, como edificios y objetos litúrgicos, era conocida generalmente como la libertad para la Iglesia.

Ésa no es la respuesta que me dan los gobiernos de Estados Unidos y del estado de Kansas. Ambos gobiernos –que consideraremos uno por razones de conveniencia- me permiten asistir a misa los domingos porque quiero hacerlo. La respuesta del estado es expresión del liberalismo, una filosofía de gobierno que garantiza la libertad en materia de religión dentro de los límites del orden público.

¿Es esta respuesta, como era la anterior, la respuesta de un estado confesional? La mayor parte de la gente diría que no, porque el estado no profesa oficialmente una religión tradicional como el catolicismo. Sin embargo, el estado profesa oficialmente el liberalismo, y en un ensayo anterior he defendido que el liberalismo funciona como una religión.

Si eso es cierto, yo también vivo en un estado confesional. El estado, sin embargo, profesa algo que es distinto al catolicismo. ¿Es eso un problema para mí como católico?
Inmediatamente me pregunto sobre mi libertad. ¿Sobre qué se basa? El estado confesional liberal me dice que tengo libertad religiosa, y que la libertad religiosa incluye el derecho a dar culto a Dios asistiendo a misa los domingos. Ya hemos dado dos pasos hacia atrás, desde la libertad al derecho. Lo siguiente que me pregunto es sobre qué se basa mi derecho.

A diferencia de un estado confesional católico, el estado confesional liberal no reconoce mis deberes para con Dios. El estado confesional liberal reconoce su propio deber, en concreto el deber de dejarme hacer los domingos lo que yo quiera. Cuando le pregunto al estado confesional liberal por qué tiene ese deber, explica que es oficialmente indiferente a mi culto.

Los liberales, fieles del estado confesional liberal, me dicen que esto garantiza mi derecho al culto. Extrañamente... no me convence. Es como si mi derecho a honrar a Dios viniese no de Él sino del estado. En la medida en la que el estado sea indiferente, parecen decir los liberales, estoy a salvo. Pero ¿qué pasa cuando el estado pierde su indiferencia?

Los liberales dicen que no es un problema, en la medida en que todo el mundo sea liberal. De hecho, los liberales hablan con frecuencia de la libertad de culto, pero una vez más me siento incómodo. Los liberales solían antes hablar de libertad de religión. ¿Se han escurrido mis libertades?

Empiezo a sospechar que mi derecho a asistir a misa los domingos es, en el estado confesional liberal, una mera convención. Estoy protegido por las leyes, pero las leyes cambian. Así que me pregunto si la verdad recibe algún apoyo.

Le pido a los liberales que identifiquen la verdad más central de su estado confesional, y ellos nombran la libertad. Esto sólo me devuelve al comienzo de mi análisis, así que les pregunto qué entienden por libertad. Responden que a cada cual se le debe permitir hacer todo lo que quiera siempre que sea compatible con la voluntad de los demás. Cuando, para alentar el debate, planteo la libertad de la verdad, inmediatamente rechazan la idea. El estado confesional liberal es indiferente a mi culto y no considerará argumentos basados en la verdad religiosa.

Así pues, en el estado confesional liberal la libertad no es una libertad de la verdad, sino una libertad de la voluntad. La progresión liberal es de la voluntad al deber, al derecho, a la libertad. Comienza con lo que uno quiere, luego impone al estado el deber de protegerlo, lo cual a su vez constituye lo querido en un derecho, y lo convierte en la práctica en una libertad.

Así que la verdad no sirve de apoyo. El estado confesional liberal considera sólo la lucha de voluntades de sus ciudadanos cuando define los límites de la libertad religiosa. No es sorprendente que un estado oficialmente indiferente a mi mayor tesoro, mi fe católica, aporte una protección real mínima.

¿Por qué, entonces, tantos católicos han aceptado el estado confesional liberal? Una razón a destacar es la favorable comparación que ofrece con respecto a las guerras y persecuciones que siguieron a la Reforma protestante. Entre la guerra y la persecución por un lado, y la indiferencia por otro, ésta podría casi parecerse a la libertad de la Iglesia. Los mismo vale para los católicos que que han vivido bajo el comunismo o en los estados comunistas o fascistas.

De hecho, algunos católicos han imitado la política del estado confesional liberal sobre la indiferencia. Ante tan pacífica comparación, la policía le parece a algunos como una auténtica encarnación del Evangelio.

La indiferencia era relativamente fácil cuando los estados confesionales liberales estaban más cercanos en el tiempo a los estados confesionales católicos. Las normas sociales concernientes a la religión y a la moral eran entonces, de modo natural, más católicos. Con el paso del tiempo, a medida que la sociedad se aleja de la práctica católica, nuestra indiferencia se hará más trabajosa.

Por ejemplo, era relativamente fácil ser indiferente a la aceptación por el estado confesional liberal del divorcio y las nuevas nupcias. Después de todo, uno podía no saber si el primer matrimonio era válido. Quizá el divorcio era meramente una decisión administrativa y no tocaba la realidad del matrimonio constituido por Dios. Por el contrario, es imposible ser indiferente a la aceptación por el estado confesional liberal del “matrimonio” entre personas del mismo sexo. Este contrato es intrínsecamente contrario a la realidad del matrimonio constituido por Dios.

Por desgracia para los católicos, el estado confesional liberal tiene su política, y esa política es la indiferencia. Parece que la libertad de la Iglesia sería mejor respetada por un estado que no es indiferente. Pero si un estado no es indiferente, debe profesar algo. El catolicismo es la elección obvia. “Solo la religión divinamente revelada ha reconocido claramente en Dios, Creador y Redentor, el origen y el destino del hombre. La Iglesia invita a las autoridades civiles a juzgar y decidir a la luz de la Verdad sobre Dios y sobre el hombre” (Catecismo de la Iglesia católica, 2244).

John Andra es abogado en Lawrence (Kansas, Estados Unidos).
Artículo publicado en Crisis Magazine.
Traducción de Carmelo López-Arias.

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