miércoles, 11 de octubre de 2017

GUERRA DEL PACIFICO , GRAL. LIZARDO MONTERO , PASAPORTE AREQUIPEÑO , Y OTRAS DOLOROSAS SORPRESAS DEL PASADO



Se trata de un documento de valor simbólico, el cual no sirve para viajar al extranjero, pero si para quien llega de visita a la ciudad por lo cual debería ser una obligación tenerlo (Demás está decir que cuando estuve allí, llevaba la mía en todo momento) ¿Y cómo se originó esta peculiar costumbre? Según se afirma, durante la infausta Guerra con Chile, este documento llegó a tener un valor legal. Y es que ocupada Lima por el invasor, el Presidente Lizardo Montero - quien instalo su gobierno provisional en la denominada “Ciudad Blanca”- mediante un Decreto Supremo fechado el 25 de noviembre de 1882, declaro no solo a Arequipa como la capital de la República (mientras Lima estuviera ocupada por el enemigo) sino que también instituyo el pasaporte arequipeño por razones de seguridad. De esta manera toda persona que pensaba ausentarse de la cuidad con dirección a las zonas ocupadas por el enemigo, o pensaba viajar al extranjero estaba obligada a sacar su pasaporte previo pago de tres soles con sesenta centavos. Pero dicha medida también servía para evitar la llegada de espías a la urbe (mayoritariamente partidaria de los chilenos) Es así como un centenar de personas fueron las primeras en recibir estos pasaportes expedidos a nombre de la “República Independiente de Arequipa” un nombre puesto por el propio gobierno provisional y desde entonces los arequipeños han conservado esa denominación, hasta el día de hoy. Desde que fue creado el documento ha sufrido diversas transformaciones siendo la más significativa su última versión, el pasaporte diplomático de oro, según afirma Willy Galdós Frías, un conocido defensor de la identidad arequipeña y llamado por la gente el “cónsul” de Arequipa, el cual se encarga no solo de venderlos, sino también de firmarlos para que dicho documento tenga “un valor legal”. Pero no solo vende pasaportes sino también monedas, como el denominado Characato de oro (al cual le dedico una nota aparte) y “dólares arequipeños” con las imágenes de sus personajes ilustres, los cuales al igual que los pasaportes son muy solicitados por los visitantes de la Blanca Ciudad, un motivo más para conocerla y volver una y otra vez ¿no os parece? :)











OTRA VERSIÓN 

Presidente de la República
Tras la deportación de García Calderón, Montero se convirtió en el encargado del Poder Ejecutivo. Inicialmente la sede de su gobierno estuvo en Cajamarca, luego en Huaraz y finalmente en Arequipa.9​ La ciudad blanca se convirtió así en la capital del Perú, debido a su posición estratégica.
Montero ingresó a Arequipa el 31 de agosto de 1882, el mismo día en que el general cajamarquino, Miguel Iglesias –jefe militar del Norte– se rebelaba contra su gobierno y daba el grito de Montán, en el que planteaba el reconocimiento de la derrota de la guerra y la firma de la paz con cesión de territorio.10​ Este hecho fue condenado por varios pueblos del Perú, incluido Arequipa, que se negaron a aceptar la mutilación de la patria.11
Montero instaló el Congreso de la República, que funcionó de 22 de abril a 20 de julio de 1883. Este Congreso ratificó a García Calderón como presidente y a Montero como primer vicepresidente encargado del mando; y nombró al general Andrés A. Cáceres (en esos momentos caudillo de la resistencia de la Breña) como segundo vicepresidente.12​ Pero el gobierno de Montero no logró consolidarse. Chile no lo reconoció; el único gobierno extranjero que le acreditó una representación diplomática fue el de Bolivia, regido entonces por el general Narciso Campero.13
Montero permaneció 14 meses en Arequipa. En ese lapso, la población arequipeña se organizó para mantener a las tropas peruanas. «Arequipa participó de forma activa en la campaña del sur, con varios batallones de jóvenes y mantuvo al gobierno de Montero», dice al respecto el historiador Juan Guillermo Carpio Muñoz.10
Siguiendo la línea de su antecesor, Montero continuó las negociaciones de paz con el gobierno chileno, pero sin acceder a concesiones territoriales. Al mismo tiempo trabajó intensamente para proseguir la guerra junto a Bolivia, adquiriendo armamento en Europa y Estados Unidos que, con gran esfuerzo, llegó a puertos argentinos, desde donde fue llevado a Bolivia y a Puno. Brindó asimismo importante ayuda a la resistencia dirigida por el general Andrés A. Cáceres, reforzando su ejército de la Breña hasta en tres oportunidades. Todo ello desmiente la leyenda negra que lo acusa de no haber hecho nada en favor de la resistencia y de haber mantenido en la inactividad al ejército acantonado en Arequipa.14
Sin embargo, el episodio más controvertido de su gobierno fue la retirada de las tropas peruanas de Arequipa, ciudad que fue enseguida ocupada por los chilenos, constituyéndose así en el último episodio incruento de la guerra. Ello ocurrió algunos días después de la firma de la paz con Chile en el Tratado de Ancón, concertada el 20 de octubre de 1883 por el gobierno del general Miguel Iglesias, que se había consolidado con el apoyo de los fusiles chilenos. Hay posiciones encontradas en torno a este episodio: para unos, Montero huyó de la ciudad para no presentar batalla a los chilenos, por lo que habría actuado como un desertor; para otros, quiso en realidad mantener la resistencia, pero la rebelión de una parte del pueblo a favor de la capitulación lo obligó a retirarse de la ciudad para evitar un enfrentamiento civil.14
La ocupación chilena de Arequipa
Los hechos ocurrieron así:
En septiembre de 1883, el ejército chileno decidió tomar Arequipa. Pese a que la intención explícita había sido mantener la resistencia, las defensas arequipeñas abandonaron los puntos claves de Jamata y Puquina sin combatir, lo que permitió el avance de los chilenos hacia la ciudad, sin encontrar resistencia.15
Ante la inminente llegada de los chilenos, el municipio, instado por un grupo de notables (entre ellos Enrique Gibson), dialogó con Montero para que evitara la lucha dentro del recinto de la ciudad (24 de octubre de 1883). Montero rechazó el pedido y fue enfático en sostener su intención de resistir a los invasores; sin embargo, su Consejo de Ministros y un consejo de guerra de jefes del ejército y de la guardia nacional habían opinado por la retirada.15​ Esta retirada sería estratégica: el ejército marcharía hacia Puno, para reorganizarse allí y contraatacar al enemigo.14
Al ver Montero la división del pueblo arequipeño (unos querían entregar la ciudad a los chilenos y otros resistir a estos), el día 25 convocó en la Plaza de Armas al pueblo para preguntarle si querían resistir combatiendo, y que, en caso afirmativo, les instaba a organizarse. Se desataron acaloradas discusiones en la plaza; luego, se produjo un motín de la guardia nacional, integrada por civiles arequipeños, resultando muerto Diego Butrón, teniente alcalde que era partidario de la paz.15
Montero se vio atacado por los partidarios de la resistencia, que le acusaban de querer abandonar la ciudad; y por los partidarios de la rendición, que le reprochaban que expusiera a la ciudad a la salvaje devastación del enemigo. A medida que pasaba el tiempo, se caldeaban más los ánimos, al punto de ser el mismo Montero atacado a balazos por una turba; se salvó incluso de morir, pues una bala le atravesó el kepí, saliendo ileso, pero ese mismo proyectil mató a uno de sus ayudantes.15
Al verse sobrepasado por los acontecimientos, Montero decidió retirarse, a fin de evitar una guerra civil dentro de la ciudad, lo que habría constituido un episodio vergonzoso, vista la cercanía de las tropas chilenas.14​ Durante su retirada, que algunos han pintado como una huida, las picanteras le lanzaron agua hirviendo, como señal de repudio.10
El 27 de octubre, Enrique Gibson envió una carta al jefe de la expedición chilena, José Velásquez, pidiéndole sostener una reunión en Paucarpata, antes de su ingreso a la ciudad. Terminada la cita, se levantó un acta que decía: «que a causa de la retirada del Ejército (peruano) y el abandono del gobierno, el pueblo de Arequipa se vio en la necesidad de reorganizar sus autoridades, adhiriéndose a la causa de la paz por creer imposible su resistencia (…) por lo que representantes de Arequipa ponen la ciudad a disposición del jefe del Ejército Chileno, esperando que se ciña a los principios de derecho de gentes».10
Por su parte, Montero dejó el poder en el segundo vicepresidente, que era Cáceres, a quien remitió una carta el día 28 de octubre, donde decía textualmente:14
… mi alejamiento de Arequipa no tiene por objeto reconocer el gobierno impuesto por Chile, bajo la presidencia del sr. Iglesias, sino únicamente eliminar mi persona, a fin de que V.E. como segundo vicepresidente se encargue del gobierno provisorio constitucional, que es el que reconoce la nación peruana.
Montero abandonó Arequipa con dirección a Puno, acompañado de una pequeña comitiva, que en el trayecto de Chiguata tuvo aún que soportar el tiroteo de la gente enardecida. En Santa Lucía, tomó el tren hacia Puno; de allí pasó a Bolivia y luego a Buenos Aires.15
Una fuente chilena menciona que en Arequipa las tropas invasoras encontraron indicios de la capacidad defensiva que habría podido tener la ciudad y que sorprendentemente fue desmantelada:
“De los catorce cañones recogidos hasta el 8 del presente [8 de noviembre de 1883] algunos estaban clavados, otros inutilizados por completo, y, especialmente a los Krupp, les faltaban los obturadores y las roscas, cuyas piezas no ha sido posible recuperar hasta la fecha.
Fuera de estos catorce cañones, había no menos de cinco de grueso calibre montados en diversos puntos de la ciudad, y este total de diecinueve piezas de artillería, superior al que traía nuestro ejército [chileno], demuestra cuán eficaz hubiera podido ser la resistencia de los arequipeños".
El Mercurio. Correspondencia desde Arequipa, 8 de noviembre de 1883. (Ahumada 1891, VIII: 376)
Basadre menciona también que el armamento y vituallas proporcionados desde Bolivia a Montero en Arequipa no era escaso: «8000 rifles, dos millones de municiones, una batería de cañones Krupp, sables, mulas para las brigadas del ejército, más de cien mil varas de tela para uniformar a los soldados y vestir a los guardias nacionales, calzado y hasta recursos pecuniarios…»15

Siempre la verdad sale a la luz tarde o temprano se coloca en el pedestal de las conciencias históricas y esta juzga las acciones de los hombres. 


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