Doctrina y
táctica del Mal Menor
Autor: F. Javier Garisoain
Otero | Fuente: arbil.org
La táctica del mal menor no se ha introducido de golpe en ningún momento. Lo ha hecho de forma progresiva a lo largo de los dos últimos siglos.
Quisiera decir algo
católicamente correcto sobre el concepto de “mal menor”. Y explicar que una
cosa es la lícita doctrina moral del mal menor y otra más discutible la táctica
política del mal menor. La táctica política malminorista es, desde hace doscientos
años, seña de identidad del llamado catolicismo liberal, una ideología que ha
pretendido conciliar la Verdad que predica la Iglesia con el relativismo y el
naturalismo. Soy consciente de que muchos católicos sinceros
siguen confiando en las tácticas
maquiavélicas del mal menor y del voto útil tal vez porque no acaban de
descubrir otra que les convenza. Después de pensarlo un poco les diré mi
opinión: que hacer propuestas malas sabiendo que son malas y esperando con ello
evitar el triunfo de propuestas peores suena, cuando menos, bastante inmoral. Y
además es ineficaz.
La doctrina moral del Mal Menor
Los buenos filósofos explican que el mal no tiene entidad propia porque sólo es ausencia de bien. El mal menor pues no es más que carencia de bien. Y en este sentido mal menor es exactamente lo mismo que bien mayor. Como en el ejemplo de la botella “medio llena “o “medio vacía “sabemos que el nivel puede cambiar a más o a menos. Sabemos que diversas limitaciones internas o externas nos alejan siempre de la perfección individual y social. Por eso la doctrina del mal menor, que exige procurar siempre el mayor bien posible y evitar el mal en lo posible, es válida siempre. Ante una elección -suponiendo que nuestra única responsabilidad sea elegir- no existe otra posibilidad de rectitud ética que elegir lo mejor. Y si todo es malo hay que elegir el mal menor. Y no estará de más convenir que en ciertos casos el negarse a elegir, es decir, la abstención, aun siendo un mal, puede ser el verdadero mal menor que estamos buscando. Todo ello suponiendo -insisto- que nuestra única responsabilidad sea elegir. La cosa cambia, como veremos, si nuestra responsabilidad no es elegir, sino hacer, o proponer. Al fin y al cabo vivimos en una sociedad plural en la que tenemos el deber de participar. ¿Se satisfará ese deber con la mera elección pasiva del mal menor? Si el llamamiento es a participar, a hacer, a construir, habrá que HACER el bien.
La táctica política del Mal Menor
La táctica política del mal menor ya no se limita al momento electoral, pues consiste en proponer unos males (menores) para evitar que triunfen otros males (mayores). Es la tentación política que nos acosa cuando tenemos la responsabilidad de hacer propuestas. Y llegados a este punto he llegado a una conclusión: desde el punto de vista ético nunca puede ser lícito proponer un mal, aunque éste sea menor.
He aquí algunos argumentos de por qué no es bueno el malminorismo:
- Porque la doctrina católica es clara al respecto cuando afirma que la conciencia ordena “practicar el bien y evitar el mal” (Cat. 1706 y 1777), que no se puede “hacer el mal “si se busca la salvación (Cat. 998) y que “nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien”. (Cat.1789)
- Porque la responsabilidad de los laicos católicos no puede limitarse a elegir pasivamente entre los males que los enemigos de la Iglesia quieran ofrecer, sino que debe ser una participación activa y directa, “abriendo las puertas a Cristo”.
- Porque el mal menor pretende asignar a los católicos un papel mediocre y pasivo dentro del nuevo sistema “confesionalmente aconfesional”.
- Porque el mal menor convierte en cotidiana una situación excepcional.
- Porque una situación de mal menor prolongado hace que el mal menor cada vez sea mayor mal. Los males “menores “de nuestros días pesan demasiado como para no evidenciar un enfrentamiento radical con el Evangelio: el individualismo, la relativización de la autoridad, el primado de la opinión, la visión científico-racionalista del mundo... principios que se manifiestan en la pérdida de fe, la crisis de la familia, la corrupción, la injusticia y los desequilibrios a escala mundial, etc.
- Porque la táctica del mal menor se ha demostrado ineficaz en el tiempo para alcanzar el poder o reducir los males.
- Porque es preciso exponer en su integridad el mensaje del Evangelio ya que “donde el pecado pervierte la vida social es preciso apelar a la conversión de los corazones y a la gracia de Dios” (...) y “no hay solución a la cuestión social fuera del Evangelio” (Cat. 1896)
- Porque la propuesta de un mal por parte de quien debiera proponer un bien da lugar al pecado gravísimo de escándalo que es la “actitud o comportamiento que induce a otro a hacer el mal”).
(Cat. 2284). A este respecto es muy clara la enseñanza de Pío XII: “Se hacen culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras sociales que llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de la vida religiosa, o a condiciones sociales que, voluntaria o involuntariamente hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana conforme a los mandamientos (...) Lo mismo ha de decirse (...) de los que, manipulando la opinión pública la desvían de los valores morales”. (Discurso de 1/6/1941. Recogido en: Cat. 2286).
- Porque un mal siempre es un mal y “es erróneo juzgar la moralidad de los actos considerando sólo la intención o las circunstancias” (Cat. 1756).
Cómo nace el Mal Menor
Históricamente, la táctica política del mal menor nace en la Europa cristiana postrevolucionaria de la mano de dos movimientos políticos católicos: el catolicismo liberal y la democracia cristiana. Es complicado desentrañar los motivos que llevan a sus promotores a adoptarla en la teoría. Y son contradictorios los hechos y las decisiones adoptadas en la práctica. No entraré a juzgar la intención. En muchas ocasiones los malminoristas han sido hombres de iglesia, católicos inquietos por los avances de la revolución y deseosos de hacer algo en un contexto de debilidad de la respuesta católica a la revolución liberal.
Se puede llegar al malminorismo por diversos motivos que se superponen y entremezclan:
- Por “contaminación “del pensamiento revolucionario y el deslumbramiento ante la aparente perfección de las nuevas ideologías. Buscando, por ejemplo, el compromiso de la Iglesia con una forma política concreta (nacionalismo, parlamentarismo, democracia de partidos, etc.)
- Por exageración de los males del Antiguo Régimen y su identificación con la misma Doctrina Católica.
- Por cansancio en la lucha contrarrevolucionaria, por el acomodo conservador de quienes están llamados a la valentía.
- Por una derrota bélica de las políticas católicas, o tras un período intenso de persecución religiosa.
- Por una aparente urgencia de transacción con los enemigos de la Iglesia a fin de que, al menos, sea tolerada por unas autoridades hostiles una mínima labor apostólica.
- Por maniobras de partidos revolucionarios que intencionadamente procuran sembrar dudas y división entre los católicos.
- Por la carencia de verdaderos políticos católicos lo cual anima la intromisión del clero en la política concreta.
- Por la misma intromisión clerical en el juego político lo que a su vez retrae de la participación a unos y desautoriza la labor independiente -y tal vez discrepante en lo contingente- de otros laicos.
- Por ingenuidad de los católicos que confían sin garantías en las reglas del juego establecidas por los enemigos de la fe.
- Por una sobrevaloración del éxito político inmediato olvidando que, como dice el catecismo: “el Reino no se realizará (...) mediante un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un progreso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal”. (Cat. 677)
- Por una creciente desorientación y falta de formación del pueblo católico que genera pesimismo o falta de fe en la eficacia salvadora de los principios del Derecho Público Cristiano.
- Por un enfriamiento en la fe y la religiosidad. Porque sin ayuda de la gracia es muy difícil “acertar con el sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava”. (Centesimus Annus, 25. En Cat. 1889)
Cómo ha evolucionado la táctica del Mal Menor
La táctica del mal menor no se ha introducido de golpe en ningún momento. Lo ha hecho de forma progresiva (a peor) a lo largo de los dos últimos siglos. En la historia política de los países europeos se podrían identificar las siguientes situaciones:
- En un primer momento, tras el choque violento de la revolución, y argumentando el accidentalismo de la Iglesia (que corresponde a la institución pero no a los laicos), los malminoristas toleran, consienten y hasta promueven la disolución de estructuras políticas y sociales tradicionales (monarquía, gremios, instituciones religiosas, bienes comunales, etc.) que eran de hecho un freno a la revolución.
- Paralelamente a la secularización de la política y por un cierto maquiavelismo, empiezan a omitir los argumentos religiosos a la hora de hacer propuestas con la ilusión de captar así el apoyo de los no católicos. Algunos llegan a afirmar como justificación para no hablar de la Redención que “la doctrina cristiana es más importante que Cristo “lo cual no deja de ser puro pelagianismo.
- El paso siguiente en la táctica malminorista es el intento de unión de los católicos en torno a un programa mínimo pero no para presentar una alternativa al nuevo régimen sino para integrarse mejor en él con la idea de “cambiarlo desde dentro”. Para ello se procura el desprestigio de otros políticos y tácticas católicas marginales.
- Un recurso frecuente en los malminoristas es tratar de ganar la simpatía de la jerarquía mediante promesas de “paz y reconciliación “que permitan la reconstrucción material de las Iglesias y el mantenimiento regular del culto. Se trata de un intento desesperado de salvar “lo que se pueda”, de tentar a la jerarquía de la Iglesia con una dirección política que no le es propia. Que podría ser algo excepcional, pero no la tónica habitual de participación política católica.
- En ocasiones son los propios obispos o miembros del clero quienes promueven grupos políticos en esa línea con una mentalidad puramente defensiva de la Iglesia. Esta intromisión empobrece la acción política de los católicos, la hace “ir a remolque “de las propuestas revolucionarias, y compromete a la Iglesia con soluciones políticas legítimas pero opinables. Cuando alguien propone hacer acción social, como lo hizo en España un influyente obispo, “para que no se nos vayan los obreros de la Iglesia “está falseando la finalidad de la verdadera acción social, que no puede ser un mero instrumento de catequesis, sino un deber de justicia y responsabilidad de los laicos.
- El caso del Ralliement propuesto por León XIII, que envalentonó aún más a los enemigos de la Iglesia en Francia, o la verdadera traición de ciertos obispos mexicanos a los católicos cristeros, milagrosamente perdonada por el pueblo fiel, son dos ejemplos de las nefastas consecuencias a las que puede llevar el malminorismo. En este sentido la claridad del Concilio Vaticano II al exigir la abstención del clero de toda actividad política representa una rectificación importante. Es preciso reconocer que el empeño cobarde de algunos cristianos por buscar la mera supervivencia material de la Iglesia, la “añadidura”, ha sido un anti-testimonio escandaloso. Es un escándalo que quienes dicen con el Evangelio “Buscad el Reino de Dios y su justicia...”olviden que el mal moral es “infinitamente más grave “que el mal físico. (Cat. 311).
- Más recientemente y coincidiendo con la euforia previa al Concilio Vaticano II se procuró la disgregación de partidos, asociaciones, instituciones y estados católicos con la idea de potenciar una especie de “guerra de guerrillas “que pudiera conquistar así la opinión pública y llegar a todos los rincones del entramado social. Los resultados están a la vista: no sólo se han debilitado o extinguido las antiguas herramientas sino que además no ha surgido esa nueva “guerrilla” y no se ha conquistado nada nuevo -o poco- que no fuera ya católico.
- El último paso del malminorismo y la demostración palpable de su maquiavelismo es la
justificación del voto útil lo que, paradójicamente, contradice el mal menor
porque propugna que se vote no ya al menos malo, sino a la opción que tenga
mayores posibilidades de triunfo, aunque sea peor que otras opciones con menos
posibilidades.
La ineficacia del Mal Menor
Al analizar la génesis y desarrollo de las tácticas malminoristas, en ningún caso condeno aquí la intención de quienes las han apoyado o apoyan. Simplemente quiero constatar algunas razones que expliquen por qué el malminorismo nunca consigue lo que se propone. No consigue reducir el mal mayor:
- Porque las energías que debían gastarse en proponer bienes plenos se gastan en proponer males menores.
- Porque es una opción de retirada, pesimista, en la que el político católico esconde sus talentos por temor, o por falsa precaución.
- Porque la táctica del mal menor predica la resignación; y no precisamente la resignación cristiana, sino la sumisión y la tolerancia al tirano, a la injusticia y al atropello. Con tácticas malminoristas nunca se habría decidido el alzamiento español de 1936, ni habría caído el muro de Berlín. No habría habido Guerra de la Independencia Española, ni insurgencia católica en la Vendée, ni Carlistas en España, ni Cristeros en México. Y tal vez ninguna oposición habría encontrado el avance islámico por Europa. No habrían existido ni Lepanto, ni Cruzadas, ni Reconquista.
- Porque el mal menor se presenta como una forma inteligente de favorecer económica y físicamente a la Iglesia olvidando que la mayor riqueza de la Iglesia -su única riqueza- es el testimonio de la Verdad, testimonio que si sigue hoy vivo es gracias a la sangre de los mártires.
- Porque hay ejemplos sobrados en los que el triunfo del malminorismo ha dado el poder a partidos que reclamando el voto católico han amparado, y eso ha pasado en media Europa, una legislación anticristiana (divorcio, aborto, etc.).
En definitiva, el malminorismo no ha sido derrotado nunca porque en sí mismo es una derrota anticipada, una especie de cómodo suicidio colectivo. Es el retroceso, la postura vergonzante y defensiva, el complejo de inferioridad. Defendiendo una táctica de mal menor, los cristianos renuncian al protagonismo histórico, como si Cristo no fuese Señor de la historia. Se creen maquiavelos y sólo son una sombra en retirada. Niegan en la práctica la posibilidad de una doctrina social cristiana, y niegan la evidencia de una sociedad que, con todas sus imperfecciones, ha sido cristiana. El malminorismo, contrapeso necesario de una revolución que en el fondo es anticristiana, ha fracasado siempre, desde su mismo nacimiento.
En cambio, la historia de la Iglesia y de los pueblos cristianos está llena de hermosos ejemplos en los que el optimismo -o mejor, la esperanza cristiana-, nos enseña que es posible, con la ayuda de Dios, construir verdaderas sociedades cristianas. La política cristiana no ha fracasado en la medida en que todavía hoy seguimos viviendo de las rentas de la vieja cristiandad occidental.
Conclusiones
Es alentador comprobar que, gracias a Dios, los errores filosóficos o teológicos, cuando se concretan en movimientos y personas, siguen adelante en medio de felices incongruencias, acuciados por la realidad de las cosas. Raras veces llegan a desarrollar las últimas consecuencias de sus principios. Por eso el resultado de una acción política, aunque parta de unos principios erróneos, es incierto y sorprendente. “Dios creó un mundo imperfecto, en estado de vía”. (Cat. 310) y ni siquiera el acceso al gobierno político de personas santas podría eliminar todas las imperfecciones de este mundo.
Una vez reconocida esta tremenda limitación de la realidad política, nuestra responsabilidad de laicos católicos no puede ser la resignación ante un mundo imperfecto, sino la lucha y la aventura por procurar el acercamiento a ese ideal de perfección que propone también a un nivel social el Evangelio. Aquí radica el verdadero y sano pluralismo que debe existir entre los católicos, porque sin reconocer cierto “derecho a la equivocación “será imposible rectificar y mejorar.
La Doctrina de la Iglesia está pidiendo a los laicos católicos una participación activa en la vida política, solos o acompañados. Todo llamamiento a la unidad entre los católicos no puede exigir más que una unión en los principios pre-políticos, es decir, en torno a una misma idea de bien común. Y esa acción política católica es responsabilidad exclusiva de los laicos, no de la Institución jerárquica. Laicos solos, o laicos agrupados. Pero laicos.
En cuanto a los conceptos de mal menor y voto útil, estas son mis conclusiones:
- El mal menor
como doctrina moral es siempre válido si nuestra responsabilidad es
exclusivamente la elección.
- El mal menor como táctica política nace en la Europa postrevolucionaria en un contexto de debilidad de las opciones políticas cristianas.
- La táctica del mal menor es pesimista e ineficaz.
- La táctica política del voto útil es puro maquiavelismo político y aunque aparentemente contradice la táctica del mal menor es en realidad una vuelta de tuerca en una misma concepción que esteriliza la acción política de los laicos católicos.
- El mal menor como táctica política nace en la Europa postrevolucionaria en un contexto de debilidad de las opciones políticas cristianas.
- La táctica del mal menor es pesimista e ineficaz.
- La táctica política del voto útil es puro maquiavelismo político y aunque aparentemente contradice la táctica del mal menor es en realidad una vuelta de tuerca en una misma concepción que esteriliza la acción política de los laicos católicos.